San Xusto de Toxosoutos, donde el río quiso ser monasterio

Un paseo de madera entre carballos en los alrededores del monasterio de Toxosoutos, en Lousame, nos traslada al bosque atlántico más sombrío. La ruta, que sigue el curso del río San Xusto, se adorna con fervenzas y rápidos. ¿Te vienes?

En la deriva casi natural hacia la ría de Muros y Noia que los días de playa tenemos los compostelanos, muy favorecida por la autovía AG-56, se esconde un tesoro a la sombra que servirá para sustituir el salitre y la arena por un ejemplo destacado de bosque atlántico. Porque sí, en la vegetación que rodea el Monasterio de San Xusto de Toxosoutos, en Lousame, sobran carballos, ameneiros, loureiros, helechos, hiedra y musgo, pero ese no es, pese a su riqueza, su principal atractivo.

Llegar hasta el templo, fundado en el siglo XII y punto de partida de la exploración, es fácil. Basta con tomar la salida de Lousame de la autovía que lleva a la antigua comarcal entre Santiago y Noia. Podemos aparcar al lado de la carretera o bajar directamente hasta el área recreativa que circunda lo que en tiempos del Obispo Xelmírez fue un destacado monasterio y cuyas piedras aún conservan cierto esplendor de antaño. Desde allí, es un acierto acercarse al antiguo palomar, un trayecto llano sin complicaciones. Bajando un par de tramos de escaleras, un pequeño puente nos encamina hasta ese punto. Aquí ya hay un primer juego, consistente en buscar una curiosa inscripción en las rocas, erosionada por el agua, pero en la que se ve con claridad la figura del sol y la luna. No está documentado su origen, aunque tirando de leyenda popular podría ligarse a un túnel que siglos atrás conectaba el monasterio con el pueblo, favoreciendo furtivos encuentros entre los religiosos y las jóvenes lousamianas. Entretenidos con esta supuesta historia y una vez visto el palomar y si se desea también los restos de la antigua fábrica de papel de Maceiriñas, recubierta de verdín por completo, toca dar la vuelta para remontar el curso del río desandando el camino.

Un torrente entre fervenzas

Además de la señalización, un paseo de madera nos acompañará en la excursión por las riberas del río San Xusto. Molinos escalonados, saltos de agua y pozas son una constante durante un trayecto que se acaba en una espectacular cascada. Una especie de Niágara en miniatura, permítaseme la metáfora, cuyos más de cinco metros de caída adornarán cualquier selfi. El recorrido está cuidado para que los caminantes menos hábiles lo realicen sin mayor dificultad pese al desnivel que el agua va salvando a saltos. De hecho, con acierto, hay pasarelas que permiten pasar de una orilla a otra haciendo el paseo no solo más fácil, si no que de paso nos hacen sentir parte del curso de este afluente del Traba que desemboca en la ría de Noia. El cauce está limpio y permite según la época disfrutar de especies vegetales poco vistas por los más urbanitas, como campanillas o acebo. Este último, un arbusto clásico de la decoración navideña, estuvo protegido por su riesgo de extinción hasta hace un año. Por muy tentadoras que sean sus ramas, no las arranques.

Han sido en total alrededor de cinco kilómetros de ruta que permiten refrescarse en verano y contar con una alternativa al ocio de playa que ofrece la vecina Noia. Aunque la visita es recomendable durante todo el año.

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  1. Su cascada espectacular: río arriba, cruzando un paseo de madera, llegamos a un gran salto de agua.
  2. Vegetación abundante: la humedad favorece el crecimiento de carballos, ameneiros y laureles.
  3. La historia del monasterio: data del siglo XII, pero lo que se ve actualmente es del XVIII. Una hostería está situada a su lado.
  4. Un palomar y una antigua fábrica de papel, escondidas entre el musgo y la vegetación completarán una excursión de cuento.

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Sí, seguro que estamos de acuerdo en que pallozas y hórreos son las expresiones arquitectónicas propias de Os Ancares, la frontera montañosa que divide Galicia y León. Pero mucho antes de que los moradores de la zona hicieran estas construcciones, unas descomunales rocas calizas estaban ya siendo modeladas en un confín de verdes tonalidades: es el conocido como bosque dos Grobos. No son tan mainstream como las archifotografiadas pallozas de O Piornedo, así que podrás presumir de originalidad en Instagram si eres de los que inmortaliza cada excursión.

Para llegar a ver estas gigantescas rocas hay que ubicarse sobre el mapa. Están entre los municipios lucenses de Becerreá y As Nogais, al pie de la Nacional VI. Si salimos desde la primera localidad pasaremos antes por el impresionante puente de Cruzul que cuando termina, a mano derecha, da acceso a un encinar insólito en tierras gallegas, a la par que frondoso y empinado.

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