Becerreá da la bienvenida a Os Ancares con un secreto cincelado sobre roca caliza. Muy cerca del encinar de Cruzul, un lugar único más propio del Mediterráneo, se esconden húmedos y sombríos gigantes pétreos
Sí, seguro que estamos de acuerdo en que pallozas y hórreos son las expresiones arquitectónicas propias de Os Ancares, la frontera montañosa que divide Galicia y León. Pero mucho antes de que los moradores de la zona hicieran estas construcciones, unas descomunales rocas calizas estaban ya siendo modeladas en un confín de verdes tonalidades: es el conocido como bosque dos Grobos. No son tan mainstream como las archifotografiadas pallozas de O Piornedo, así que podrás presumir de originalidad en Instagram si eres de los que inmortaliza cada excursión.
Para llegar a ver estas gigantescas rocas hay que ubicarse sobre el mapa. Están entre los municipios lucenses de Becerreá y As Nogais, al pie de la Nacional VI. Si salimos desde la primera localidad pasaremos antes por el impresionante puente de Cruzul que cuando termina, a mano derecha, da acceso a un encinar insólito en tierras gallegas, a la par que frondoso y empinado.
El viaducto data de la época de Carlos III y demuestra que en el pasado este enclave era estratégico a la hora de acercarse a la meseta. Testigo de guerras napoleónicas e incluso de un dolor de muelas durante la llegada de Isabel II a Galicia. Fue atendida según la tradición de la zona por un curandero, Luis Antonio Becerra Chao, en el antiguo mesón Herbón, cerca ya de la parroquia nogalense de Doncos.
La muela que Isabel II se dejó en As Nogais
Otra cosa que cuenta la leyenda, ahora popular y no histórica, es que quienes aparcan en el arcén al pasar la señal del núcleo de Agüeira Un escenario de cine: El bosque del lobo, película de Pedro Olea con José Luis López Vázquez se rodó aquí-una cadena metálica es el punto de referencia-, pueden recibir una advertencia de los agentes de Tráfico antes de llegar siquiera a disfrutar del paraje. No hay de qué preocuparse. Existe una atractiva ruta de senderismo alternativa. Se trata de ir hasta el lugar de Cela (primer sitio al que accedemos tras el puente) y desde ahí adentrarse en el souto de castaños que llegará hasta Os Grobos, cuyo límite al otro lado es precisamente la carretera nacional. Entre ida y vuelta no será más de un kilómetro, además del recorrido que queramos hacer al llegar al bosque. Allí, sorprenden las formas de las rocas, por angulosas y por un tamaño y altura que hacen difícil poder explicar cómo acabaron allí.
Más fácil es dilucidar el porqué de la abundante y verdosa vegetación. Misteriosa ruta sombría: las rocas se asemejan a estalactitas y la vegetación crece imponente A los centenarios castiñeiros se suman el musgo, los helechos y los tonos marrones de las hojas de carballos y avellanos. El otoño favorece a este hábitat natural, pero la visita es siempre recomendable y apta para olas de calor, si se producen próximamente, por lo sombrío del asunto. A la oscuridad se suman las formaciones kársticas, fenómeno por el que las rocas llegan a parecerse a estalacticas de hielo por el desgaste de la caliza, mineral soluble al agua, dando como colofón al conjunto un halo de misterio. Todo está favorecido también por la humedad, omnipresente en este valle del río Narón, afluente del más conocido Navia. De hecho, este souto está atravesado por un regato, el Regueiro de Fontaos.
Entre los extras de la ruta figura la charla con los lugareños. Por ejemplo José, un emigrante retornado de Londres, que trabajó como camarero en prestigiosos restaurantes. Presumía de haber servido a Rod Stewart o a David Beckham: «Rod tiña moitas mozas e David é bo rapaz, pero Victoria ten moi mal xenio».
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