El miedo a viajar

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VIAJES

Aplastados por el peso de las alas

24 sep 2019 . Actualizado a las 12:28 h.

En colaboración con Francisco Gómez Holgado, psicólogo clínico de Hernández Psicólogos, centro de psicología de referencia en el servicio de psicólogo online en castellano, os traemos este artículo en relación a cómo vencer el miedo a viajar.

La inauguración del curso escolar marca, de manera oficial, el cierre de la época estival. El llamado “síndrome de estrés postvacacional” bien podría definirse como la transición, en ocasiones, repentina y desesperada, entre la maleta y la mochila. La bolsa que porta ilusiones, deseos y, por qué no decirlo, proyecciones e idealizaciones, es sustituida por aquella que acarrea rutina, obligaciones y estrés.

Y es que viajar se ha convertido, por derecho propio, en la acción vacacional por antonomasia. Ya sea en forma de turismo nacional o internacional, viajar es, junto con la música, el deporte o el cine, entre otras aficiones, la actividad lúdica más citada en las autodefiniciones personales, alcanzando, para algunos individuos, el status de filosofía o estilo de vida.

Viajar supone una propiedad emergente de la globalización, fruto del boom del acceso a la información y de la economía de consumo. En la edad de las denominadas “redes sociales”, inclusive, viajar es una actividad susceptible de ser usada como un instrumento en aras de la superficialidad y el narcisismo. La concepción espiritual y aventurera del viaje ha quedado, por tanto, cercenada: a ratos, da la sensación que “La odisea” de Homero ha involucionado en un triste “postureo” fotográfico.

Sin embargo, existe un grupo de personas, catalogados como “fóbicos”, “haters” o “hikkomoris”, que constituyen una verdadera resistencia: personas que tienen miedo a viajar. En el presente artículo nos proponemos analizar las causas de este temor, más allá de las clásicas concepciones psicopatológicas, orientadas en exceso hacia el denominado “síntoma”, ofreciendo una conceptualización y tratamiento que tenga como diana la raíz de esta paradójica dificultad: cuando el problema son las alas y no la jaula.

El enfoque del ciclo vital supone la secuenciación de los hitos evolutivos en el desarrollo de una persona, desde el nacimiento hasta la muerte. Desde esta perspectiva teórica, se enfatiza la capacidad progresiva del ser humano para funcionar de manera independiente. Los estadíos tempranos, donde la fusión y la dependencia hacia los progenitores es máxima, van dando paso a etapas de un mayor desarrollo cognitivo, afectivo, social y psicomotriz. Este proceso, conocido como individuación o diferenciación, permite a la persona poder trascender su familia de origen (esto es, el núcleo familiar constituido por padres y hermanos), sentándose los cimientos para la gestación de su propio sistema familiar (o familia propia).

De manera complementaria, la teoría del apego, ideada por el psicólogo británico John Bowlby, defiende la existencia de dos impulsos biológicamente predeterminados que se entrelazan, como son la búsqueda de seguridad y la necesidad de exploración. La satisfacción de las necesidades de protección, consuelo y confort genera la llamada “base segura”, a partir de la cual el infante puede atreverse a explorar el mundo, pudiendo retornar a ella, es decir, a sus “figuras de apego” (principalmente, los progenitores), en caso de experimentar cualquier evento, ya sea externo o interno, que le desregule emocionalmente, consolidándose así lo conocido como un estilo de apego seguro.

“Cuanto más lejos voy más me acerco a mí mismo” (Andrew McCarthy, actor)

La biología y la biografía, por consiguiente, ejercen de poderosos predisponentes para ir activando, de manera progresiva, la tendencia inequívoca del ser humano hacia la cultura, la búsqueda de la novedad y, en definitiva, viajar, en todas sus versiones: desde la travesía campestre hasta la emancipación juvenil. Es por ello que resulta llamativa la dificultad que ciertos individuos manifiestan al expresar un temor ante la posibilidad de viajar.

Una curiosa manera de analizar las causas de un miedo es poder concebirlo desde una doble vertiente: en sentido literal y en sentido figurado. Desde una perspectiva literal, mecanicista, el miedo a viajar carecería de toda lógica, mostrándose como algo irracional, absurdo y, probablemente, antinatural. En el mejor de los casos, sería catalogado clínicamente como “trastorno de angustia con agorafobia”, “agorafobia sin historia de trastorno de angustia” o “fobia específica”. Y el tratamiento, concomitantemente, conllevaría la exposición a los estímulos fóbicos previniendo la respuesta de evitación o escape: se exhortaría al sujeto a enfrentarse a una serie de situaciones previamente jerarquizadas, ya sea en imaginación o en vivo.

Este enfoque de trabajo terapéutico puede conllevar una mejoría sustancial del “motivo de consulta”, pero suscita dos riesgos: el primero de ellos, de corte teórico, al no tomar en consideración los motivos subyacentes, implícitos, del temor a viajar; el segundo de ellos, de naturaleza práctica, al no fomentar un tratamiento integral de una problemática de esta índole, pudiendo favorecer un escenario contraproducente de “rotación del síntoma”: al no focalizarse en la raíz de la dificultad surgirán nuevas manifestaciones patológicas a medio y, sobre todo, largo plazo.

Un enfoque alternativo se basaría en la asunción del miedo a viajar desde un sentido simbólico, metafórico, como la representación y actualización de un probable conflicto interno del sujeto. Esta perspectiva, por supuesto, es totalmente complementaria con un abordaje sintomático o conductual del asunto, pero se reduciría el riesgo de iatrogenia de una posible intervención de corte reduccionista. Así pues, el miedo a viajar, ya sea en sus múltiples acepciones (viajar solo, en tren, en avión, etc.) podría someterse al escrutinio de una serie de interrogantes como, por ejemplo, qué es lo peor que le pasaría a la persona en cuestión si se permitiera el lujo de viajar.

A priori, la respuesta podría ser categóricamente negativa (“nada”), alegándose que se desea profundamente erradicar dicha molestia (“si yo en verdad quiero hacerlo”), idealizándose, además, la resolución del problema (“cuando pueda viajar solo, ya estaré bien”). Pero el sujeto tiene, probablemente, todo el bagaje biológico y conductual necesario para partir, impidiéndole algo interno “despegarse del suelo”. El temor a un sufrir un accidente de coche o ser víctima de una catástrofe aérea no parece explicar por completo una condición tan, a priori, contra natura, como el miedo a viajar. Quién sabe si detenerse, dar un par de pasos atrás y formular una serie de preguntas “alternativas” pudiera incrementar la perspectiva y ayudar a desbloquear dicha situación.

Una de esas preguntas, dentro de la estimulación necesaria para la exploración de perspectivas alternativas, sería: ¿Qué podría, en esencia, bloquear a una persona el viaje hacia lo desconocido? Podemos pensar en una cuestión de lealtad familiar, donde el viaje es codificado como un desafío al deber/rol como “buen hijo”, que vela por sus padres y por la integridad familiar. Viajar, en este sentido, supondría un acto de autoafirmación demasiado retador para este individuo y, por ende, para dicho sistema familiar. Viajar, en particular, invocaría el fantasma de la soledad de aquellos padres que, sin su hij@ a mano, no tendrían más remedio que enfrentar sus diferencias y conflictos latentes. Y, como podrá intuir el lector, se antoja casi imposible abandonar a los padres en este contexto.

O también podríamos conceptualizar el miedo a viajar como la manifestación de un trauma. Ya sea bajo el epígrafe de un “trastorno por estrés postraumático” o un “trauma relacional”, viajar representaría el recuerdo de una experiencia o conjunto de experiencias que atentaron contra la integridad psicológico y/o física de la persona en cuestión o de otro sujeto. Sentirse solo en un país extranjero, por ejemplo, podría evocar todo un mundo interno de indefensión, desamparo e ininteligibilidad que abrume y descompense psicológicamente al individuo. Volar en avión, a su vez, podría reactivar una experiencia de falta de control que encienda todas las alarmas de la persona. Desplazarse en coche, por último, conllevaría un estado de inmovilización y fijación susceptible de hacer revivir todo el horror y victimismo del trauma. Evitar viajar, en resumen, es una estrategia de supervivencia emocional ante la amenaza de reexperimentación de un trauma: el miedo a viajar externamente no es sino el reflejo del miedo a viajar internamente, a poder explorar pensamientos, emociones, impulsos, fantasías, recuerdos, etc.; potencialmente desestabilizadores para nosotros mismos, en función de nuestra historia personal.

El abordaje psicoterapéutico del miedo a viajar desde esta doble visión, literal-simbólica, conllevaría el reprocesamiento emocional de la “raíz del problema”, ya sea de origen sistémico-familiar o postraumático. Para lograr dicho propósito la Psicología Clínica goza de una serie de herramientas, como la terapia basada en la desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR, siglas en inglés), la terapia sensoriomotriz, el mindfulness o la caja de arena, entre otros, que permitirían la exploración y el tratamiento integral de todas las motivaciones subyacentes que mantienen a la persona en una situación de caos y conflicto interno: por un lado, tiene alas para volar pero, por otro lado, tiene miedo a hacer uso de ellas. Además, como ya se señaló con anterioridad, dicha planificación terapéutica integral también incluiría la exposición conductual a las situaciones temidas, encuadrada en la conocida como terapia cognitivo-conductual. Por último, y si fuera necesario, el tratamiento psicológico del miedo a viajar también podría incluir una intervención de pareja y/o de familia, de corte sistémico, dado el carácter interpersonal que posee dicha condición limitante.

A modo de recapitulación, no se nos ocurre una mejor manera de ayudar a una persona con miedo a viajar que empoderarla desde la reflexión, la toma de consciencia y la regulación emocional, para poder “entender para entenderse” y, entonces, disolver aquellas amarras que le impiden hacer un uso pleno de todo su potencial y libertad. Para que pueda, en definitiva, por volar tan alto como así desee.

Francisco Gómez Holgado

Psicólogo Clínico en Hernández Psicólogos.