Las mejores vistas de Galicia, desde el cielo...

Sensación de vértigo y desconexión total, solos tú y el aire. Aquí el que prueba, repite

Pies para qué os quiero si tengo alas para volar, decía la famosa artista Frida Kahlo. En modalidad de vuelo libre o con motor, cada estilo proporciona sensaciones distintas. «El primero es más entretenido, no hay ruido, pero el otro te permite volar aunque no sople el viento», explica Diego Fernández Somoza, presidente del Club de Vuelo Costa Ártabra, inmerso en la promoción de la modalidad de parapente adaptado. «Nada más tomar tierra, sus amigos les enseñan el vídeo despegando. Ellos lloran de alegría y yo me voy feliz para casa».

Libertad. Ésa sería la palabra que mejor define lo que se siente ahí arriba. «Esquéceste do mundo. Non hai garda civil que te poida parar. Eres o rei do mambo», comenta entre risas el responsable del Club Norte Mallado, Javier Barrientos, con 37 socios, y que comenzó en esto siendo un niño, cuando leía revistas de aviación: «Na miña vida escoitara falar do parapente pero cando o vin por primeira vez dixen 'aínda que me custe a vida, monto nesto'», pero sigue contando los días y desde una perspectiva ajena a muchos mortales. «Saquei o titulo de piloto de ultralixeiro, agora ando estudiando para sacar o de avión privado. Mentres tanto, son mecánico de coches».

Esta modalidad deportiva gana adeptos año tras año. «Empezamos hace año y medio siendo cinco y ya pasamos de los 50», dice Diego Fernández Somoza. En el Club Parapente Ferrol son 35 los pilotos. También tienen escuela. «Recomendamos un bautismo en biplaza, acompañados de un experto, y se les gusta, que se apunten al curso», explica Xulio Villarino, su presidente.

Diego practica ala delta, parapente y paramotor. «Otros hacen paracaidismo o se lanzan desde un avión. El caso es volar». Su flechazo con el aire surgió en un campamento de intercambio. Tenía entonces 16 años. «Imagínate llegar a casa -recuerda- y decirle a tu familia que quieres hacer parapente». Ya con el gusanillo en el cuerpo, cuatro años después el flechazo se fraguó. «Yo era socorrista y veía aterrizar en la playa a miembros de una escuela de parapente». Era como ponerle el caramelo en la boca y no aguantó más. Se informó, se formó y así hasta hoy.

Los expertos aseguran que es una práctica apta incluso para gente con vértigo: «Yo tengo miedo si me subo al balcón de un décimo piso pero a 3.500 metros no tienes esa sensación, es como andar en bici», explica Xulio Villarino, que vuela desde hace siete años. «Soy muy deportista y practico todo lo que tiene que ver con el viento, como kitesurf o windsurf».

 

Además, y pese a que pueda parecer lo contrario, todos comparten la idea de que es un deporte muy seguro: «Só hai que ter sentido común», anota Javier Barrientos, desde el Club Monte Mallado de Noia. «Luego cada uno le añade sus dosis de aventura-riesgo». Solo tuvo un pequeño susto en su vida, cuando empezó a volar. Se tiró por una ladera y se rompió una vértebra y la muñeca, pero tiene claro cuál fue la causa: «fixen o cafre». La valentía del novato. Nunca más le volvió a pasar. Las lesiones más frecuentes, en caso de darse, tienen lugar al despegar o aterrizar, en la toma de contacto con el suelo. Tobillo, rodilla y muñecas son los principales damnificados. «Hacer esto requiere de cierta madurez mental. No puedes ser un loco», advierte Villarino, aunque se pueden vivir auténticas locuras: «Volé al lado de un bandada de buitres». Seguro y ¿barato?: «é o hobbie máis económico que teño. Cústache máis unha moto ou un cabalo». Tener un equipo propio para practicar vuelo libre puede salir por unos tres mil euros, seis mil si es para vuelos con motor.

Desde unas dos horas en un vuelo de entrenamiento hasta seis horas en el aire. Todo depende de las condiciones. Las idóneas: que el viento sople a entre 16 y 30 kms por hora, aunque también influye la dirección: «No más -explica Julio- porque date cuenta de que la velocidad punta del parapente es de 37 kms por hora. Si no, irías hacia atrás».

A la hora de elegir la meca del cielo todo son evasivas: ¡es que Galicia tiene tantos lugares!, exclama Diego, «y además cada día es diferente, incluso en el mismo sitio». Pero si se tiene que quedar con uno, le tiene especial cariño a su primer salto de gallina, que en el argot parapentista significa la primera vez que se planea una pendiente o pequeño acantilado: «Fue en la playa de Ponzos. Seis metros de altura». En la lista incluye también San Andrés de Teixido, Estaca de Bares y Monte Ventoso, donde hizo su primer vuelo de más de cien kilómetros.

Javier, del Club Norte Mellado, aunque natural de Muxía, tira hacia Barbanza y apuesta por el monte Iroite: «desciendes desde 600 metros y tardas un cuarto de hora en llegar a la playa. Es la créme de la créme». Una atalaya compartida por los municipios de Portosín, Noia y Ribeira. Xulio Villarino, del Club de Parapente de Ferrol, se queda con los acantilados de Vixía Herbeira: «despegas y al momento estás ya a 600 metros de altura. Es espectacular. Una pared verde infinita. No hay palabras. Hay que experimentarlo».

club de vuelo costa ártabra

Doniños. Una de las mecas del surf es también el paraíso de los parapentistas. Aguas turquesas, casi dos kilómetros de arena blanca y dunas doradas para disfrutar, no solo a pie de playa, sino también desde el aire. 

club de vuelo costa ártabra

Monte Comado. A casi 500 metros de altura, desde este mirador natural situado en Barreiros se divisan Burela, Foz, Ribadeo y hasta Tapia de Casariego, en la vecina Asturias, si está despejado...

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Razo. Este arenal -la playa abierta al mar más larga de Galicia, con sus seis kilómetros de longitud- marca el inicio de la Costa da Morte. Otro de los paraísos de los pilotos del aire. 

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Iroite. La cima más alta de la coruñesa Serra do Barbanza, a 620 metros de altura. Quince minutos de descenso hasta el mar. «La crème de la crème», dice Javier Barrientos, del Club Norte Mallado. 

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Porto de Bares. En Mañón. A 200 metros sobre el nivel del mar se despega casi en vertical desde A Marufa, sobrevolando el faro de Estaca de Bares, el punto más septentrional de la península ibérica. 

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Monte Louro. Carnota, Monte Pindo y Louro, una postal paradisíaca si cabe más bella desde las alturas, aunque aterrizar en Ézaro suponga caminar 4 kms a pie con la mochila a la espalda.

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