La Mochila Roja

El «Caribe» de la Costa da Morte

Secretos de Galicia

e. v. pita

Praia de Barda

Esta playa supone un relajante «oasis zen» para los senderistas de la Ruta dos Faros; el impacto visual que produce la belleza del paisaje gana mucho si se llega a pie a este pequeño arenal

20 Sep 2019. Actualizado a las 20:46 h.

La Costa da Morte no son solo cruces de naufragios en las rocas y espectaculares faros azotados por las olas. Tiene una gran variedad paisajística, como por ejemplo las dunas de Monte Branco y su singular flor, la caramiña o camariña, de color blanco y forma de bolita. Pero lo que quizás más sorprende a los foráneos son las calas secretas que parecen sacadas de una relajante postal del Caribe. Para los excursionistas que llevan los pies cocidos en las botas de montaña no hay nada más zen que tumbarse en estas pequeñas ensenadas de aguas verdes y cristalinas.

El mejor ejemplo es la Praia da Barda, que se encuentra a medio camino en la segunda etapa de la Ruta dos Faros, entre Niñóns, en Ponteceso, y el cabo de O Roncudo, en Corme. El acceso más cercano por carretera es la AC-424, que une Ponteceso con Corme. Aunque, realmente, el impacto visual es mayor si se llega a pie a este pequeño arenal, porque a la playa se puede ir en coche tras descender por una empinada cuesta, pero el mayor atractivo lo encuentran los fatigados senderistas que serpentean por las tortuosas corredoiras atestadas de toxos y xestas y, de repente, vislumbran un paisaje de aguas verdes y transparentes que hacen rememorar las idílicas playas caribeñas de arena fina y lanchas de pescadores. Un oasis en medio de una costa agreste. Aunque la Costa da Morte tiene fama de abrupta, encierra calas dignas de Malibú. Pero esto no es el trópico, así que ojo con la temperatura del agua, pues los bañistas se llevan el mismo susto que en las islas Cíes.

Ya desde la salida de Niñóns, siempre teniendo en perspectiva el lejano faro de punta Nariga, se observa un paisaje distinto de lo habitual, con calas esculpidas por el mar y que esconden misteriosas cuevas marinas. De vez en cuando, se ven pequeños arenales en los que apenas hay bañistas y quedan a la sombra de los pinares. El senderista tampoco va sobrado de tiempo para detenerse y sigue su camino, alternando bosque con matorral alto. Dependiendo de la época, el sendero abierto con la desbrozadora por los operarios será más o menos practicable. Es desaconsejable caminar por estas corredoiras de pescadores con mal tiempo, aunque siempre hay grupos de excursionistas que desafían la lluvia y el viento.

Un taxista de Corme comenta que la ruta ha ganado fama entre los ingleses y que estos pasan varios días hospedados en la zona para cubrir las distintas etapas. Esto hace que los caminos abiertos estén cuidados en temporada alta y el paso sea practicable. La etapa de Niñóns hasta la aldea de O Roncudo es especialmente dura para los senderistas, porque hay que superar unas empinadas cuestas repletas de vegetación y bordear acantilados saltando de roca en roca.

Debido a la dureza de la ruta, se agradecen esos pequeños secretos como las espectaculares vistas a la Praia da Barda, el Caribe gallego. El arenal está al fondo de una ensenada y se distingue porque son dos calas separadas con una península elevada y comida por los embates de las olas. La cala más apartada es solitaria y poco inaccesible. Por contra, la mayor está abrigada y dotada de un pequeño embarcadero en rampa. Hay varias formaciones de piedra para sentarse. Apenas hay bañistas; solo algunas familias, gente que va a pasear el perro y pescadores, que la usan para fondear sus barcas o atarlas a las boyas. El lugar es ideal para descansar tras una caminata, pero no tiene servicios para veraneantes. Para los senderistas, llegar hasta ahí es un premio zen al esfuerzo.

Ambas calas están separadas por un archipiélago rocoso y plano, cubierto de hierba. Visto desde el camino, parece la morada de los hobbits. A medida que continúa el camino hacia la aldea de O Roncudo, se puede disfrutar de la vista de las aguas verdes de dicha playa. El efecto caribeño es especialmente intenso en verano, pues los colores verdosos del mar combinan con el amarillo de la flor del toxo.


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